Le amaba de una forma pura y verdadera. Amaba sus defectos, sus torpezas. Se sabía de memoria cada sonrisa y cada mirada. Recitaría la lección a cualquiera que quisiera escucharla. Le amaba en el silencio de la espera. Y era feliz, muy feliz.
Era una noche de Septiembre y el frío comenzaba.
Corría lo más rápido que sus piernas le permitían. Podía imaginársela ahí, sola en mitad de la plaza seguramente apoyada en una de las farolas del centro. Cuanto la quería. Era tan distinta a las demás. Cada día le sorprendía con nuevas emociones y detalles. Sus errores eran dulces y tímidos y siempre iban seguidos de una suave disculpa. La quería más que a nada en el mundo.
Por fin llegó a la plaza, deceleró el paso y se sacó un cigarrillo del bolsillo. Verla era la mejor sensación del mundo. Y estaba ahí por él para verle a él.
-Cecilia...
Su voz entró en sus oídos como el mejor regalo. Ahí estaba, toda espera había merecido la pena solo por volver a oírle.
-Asís...
Por fin llegó a la plaza, deceleró el paso y se sacó un cigarrillo del bolsillo. Verla era la mejor sensación del mundo. Y estaba ahí por él para verle a él.
-Cecilia...
Su voz entró en sus oídos como el mejor regalo. Ahí estaba, toda espera había merecido la pena solo por volver a oírle.
-Asís...
No hay comentarios:
Publicar un comentario