martes, 18 de noviembre de 2014

Cada día es historia.


Cómplice de una nueva historia. Eso era lo que se sentía cuando les veía pasear por los pasillos de la facultad, sentía sus sonrisas y su felicidad. Cada silencio se convertía en el mayor regalo de intimidad. Podían tener sueños de pequeños momentos que ellos harían grandes.

Ella no paraba de sonreír y encontraba torpes sus manos, no sabía que hacer, él no paraba de mirarla. Y la alegría del presente se llenaba de dibujos.
Él estaba dentro de algo brillante y libre. Sentía una serenidad placentera cada vez que ella estaba cerca y adoraba su sonrisa como el artista a su mejor obra. Cuando conseguía que se riera estallaba algo dentro de su pecho que le hacía suspirar.

El tiempo pasaba y las aulas y los pasillos se hacían pequeños mientras se convertían en delicados reflejos de futuro. Las calles de la ciudad eran el mejor escondite donde compartir sus vidas.

El tiempo me dejaba escuchar el relato de una historia que buscaba el mejor final feliz: hoy.