lunes, 20 de enero de 2014

Mi Principito entre letras.


Como cada lunes, mi Principito, me esperaba con churretes de chocolate. Se tomaba la merienda a todo correr al llegar casa. Poco después, llegaba yo con un libro bajo el brazo o entre mis apuntes del conservatorio... 
-¡Hola Blanca!- su saludo era algo maravilloso. Siempre sonriendo aunque lo último que le apeteciera fuera leer...

Tuvimos nuestra época poética. Versos octosílabos. Leíamos a Quevedo, su favorito. Repetía ya de memoria muchos de sus versos.
Hubo tardes en que lo único que hacíamos era reírnos intentando decir trabalenguas o buscando palabras entre los lomos de los libros de la estantería. Posiblemente eran las clases más productivas de todas...
Ahora ha pasado el tiempo y ya no cruzo a la acera de enfrente tres veces por semana. Ya no desciframos palabras extrañas ni leemos Roald Dahl, pero me sigue saludando con la mejor de las sonrisas, pase el tiempo que pase y crezca lo que crezca.






domingo, 5 de enero de 2014

Siguió dando vueltas.



Esa mañana, Cosmo, fue el primero en despertarse. Fue hacia la cocina y sacó su taza favorita, la de las dos golondrinas en pleno vuelo. Comprobó que estuviera limpia y puso agua a calentar en los fuegos.  Era Enero. Una fría mañana de Enero. El día anterior había llovido y el cielo, despejado, vacío, helaba las pupilas del joven.
Sólo quedaban dos bolsitas de té, tendría que acercarse a comprar más a mediodía. 

El vapor de agua que comenzó a salir de su taza le recordó tantas mañanas de su vida en las que se calentaba las pequeñas manos alrededor de la taza. 
Al poco rato, mientras dejaba que el té se hiciera, comenzó a poner las tazas de todos los demás. Siete. Ya solo quedaban siete. Poco a poco, los mayores habían empezado con sus vidas, con sus propias familias. Habían salido fuera del hogar, habían abandonado el cuarto de en medio donde tantas batallas tuvieron lugar..
Cosmo seguía levantándose todos los días y viviendo rodeado de los más pequeños que le querían con sincero afecto.  Solía decir que era feliz, que tenía sus metas, sus sueños, que algún día lograría comenzar mas allá de la verja negra del jardín. Pero ahora era feliz y por tanto, no debía cambiar sus rumbos.  Ya comenzaría más tarde su vida. Aún no quería o no podía enfrentarse a ello.
Los pequeños fueron levantándose con la alegría de un nuevo día. La más pequeña cantaba una canción sobre duendes y elfos. El bullicio del desayuno apagó el pensamiento de Cosmo que siguió dando vueltas a su cucharilla.