sábado, 1 de marzo de 2014

Una persona más.



Dulce siempre era la última en llorar, a veces no le daba tiempo. Creía que era culpa de algún recuerdo. Pero si la preguntaban se daba cuenta de que había olvidado el porqué.
Cada vez que intentaba amar y dejarse amar descubría que no podía. Pasaba el tiempo y se iba adecuando a la soledad de sus sonrisas y preocupaciones. No servía de nada mirar por la ventana siempre se encontraba con el mismo paisaje.
Dulce tenía miedo a las palabras. No las entendía ni siquiera cuando salían de sus labios, de sus ojos. Muchas veces había intentado escribir algo, algo real y puro. Una mañana de finales de invierno se dio cuenta de que los días se sucedían sin rumbo. No tenían un porqué, igual que ella. Su problema era el no ser protagonista de nada, ni de sus decisiones. Caminaba siempre arrastrada sin oponer resistencia.
Dulce tenía miedo del gigante pino que crecía delante de la casa. Los niños jugaban bajo su sombra en verano, la entretenía mirarles y escuchar sus voces desde lejos. Pero era invierno y solo el viento contaba historias. Siempre sonreía para poder pasear entre la gente sin el vértigo de no conocerles. Dulce tenía miedo de las palabras, no las entendía.