El joven George Fritzeland entró por la puerta del vestíbulo y saludó a mi padre
-Buenos días Señor Jersent.-Se sentó en la mesa del salón donde yo estaba ya, como siempre, esperando.
Muchas veces había pensado el la variedad de oportunidades que ofrecía el hecho de que mi padre nunca estuviera pendiente de mi clase, ni de mi profesor...Podríamos hablar de lo que nos apeteciera.
era el tercer año que George me impartía clases las mañanas de las sábados y de igual modo que desde el primer día mi padre decidió no atender al asunto concerniente a mis lecciones, yo me enamoré perdidamente de mi tutor.
George sólo era cinco años mayor que yo, y en estos tres años, bueno, yo ya tenía diecisiete años, edad a mi parecer más que suficiente para lo que me proponía intentar esa mañana.
-Señor Fritzeland.
-Sí, Cintia.-Yo soy una persona más bien...impulsiva y no suelo pensar mucho las cosas más allá de lo extríctamente necesario.
-Estoy enamorada de usted.-menuda cara puso, pobrecillo. Yo no es que sea la más guapa del pueblo, vale, me considero normalilla: ojos verde oscuro, múltiples y variadas pecas(demasiadas para mi edad, creo yo..) pelo negro azabache y rizado desordenadamente, estatura media, y sí, aparato dental..
-Ejem..-cogió su abrigo- Señor Jersent, siento tener que informarle de que a partir de hoy no seré más el profesor de su hija- se me cayó el alma a los pies, pobre de mi, tan joven y ya con el corazón hecho pedazos- a partir de ahora si usted lo permite, claro, seré su prometido..
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Mi padre ni se enteró como os podeís imaginar. George y yo salimos a dar un paseo y a charlar sobre todo lo habido y por haber, excepto claro: Matemáticas y sintaxis.
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