jueves, 21 de octubre de 2010

Desde donde estés.

-¡Mamá!
El niño estaba empapado de pies a cabeza. Corría detrás de su madre que cruzaba la carretera con un bebé en la mano derecha y una bolsa llena de ropa en la otra.

-Corre cariño, tenemos que darnos prisa- ella estaba cansada, esa noche no había podido dormir y se la había pasado intentando tranquilizarse, pensando que su marido estuviera donde estuviese, la quería...

-Mamá!falta mucho...?Porque me duelen los pies...
-Estamos apunto de llegar. Venga, agárrate de mi chaqueta- los brazos aullaban por el peso de la criatura, pero ya faltaba poco. Este sentimiento y la esperanza que encontraría al llegar, la ayudaron a no rendirse al agotamieto.-Vamos Mel,ya falta menos- Le dolía respirar. El frío, la lluvia y el hambre iban a conseguir que sus niños enfermaran, pero, ¿qué podía hacer?. En ese momento sólo podía hacer una cosa, no pararse, seguir andando. Hacía tanto, tanto tiempo..Ya no aguantaba más, sus piernas iban a ceder al cansancio...

Entre la baja niebla de la calle Philip Benjamin,se veía el cartel que anunciaba la estafeta de correos.

Entraron..El calor de la habitación se reflejó en la sonrisa del pequeño Mel.

-Siéntate ahí cariño-dijo señalando una solitaria silla que había frente al mostrador.-Toma, coge a tu hermana-le colocó a la pequeña entre sus diminutos y delgados brazos y avanzó hacia la ventanilla.-Perdone, ¿hay alguna carta...?
-¿A nombre de quién?-el hombre de detrás de la ventanilla observaba a la joven por encima de sus gafas.
-Mrs Trembul.-Mientras éste rebuscaba entre las cartas, ella echó una rápida mirada hacia sus hijos. Mel estaba intentando hacer reir a la niña sacando la lengua y haciendo ruiditos.
-Aquí está. Sí, Mrs Trembul.-dijo leyendo en voz alta- Mhhh..¿tiene usted un penique?
-¡Oh!sí, sí..espere un momento.-Rebuscó en los bolsillos de su falda y consiguió sacar un penique de acuñación más bien antigua..
-Perfecto, pues aquí tiene.-cuando cogió la carta, notó que pesaba más de lo habitual. Y empezando a leer..esa letra tan familiar, se sentó junto a su hijo, en el suelo. El cansancio había desaparecido y las miradas de desaprobación del cartero pasaron desapercibidas. Sonreía.

Querida Dora, ...

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