miércoles, 7 de octubre de 2015

Nos colamos en la murallla.



Muchas veces a lo largo de la vida recordamos a una persona, una en particular. Una amistad que sigue estando viva dentro de nosotros y que incluso nos hace daño con el recuerdo. Es una punzada que consigue que la tristeza nos quite el aliento. Somos capaces de recuperar los momentos compartidos y los sentimientos que en ese momento inundaban nuestro entendimiento. Podríamos escribir una gran novela relatando nuestros primeros encuentros, las primeras conversaciones que mellaron en nosotros y ese primer café que nos convirtió en inseparables vidas a lo largo de las calles de nuestra ciudad.
El dolor es prueba irrefutable de amor. Algunos vivimos la tragedia griega de nuestra historia, somos ese personaje que el lector considera bondadoso y respetable, pero que por un pequeño fallo, por una decisión errónea termina destruido de forma desproporcionada. El público sufre con el dolor de su protagonista y teme verse algún día abocado a semejante final.
La amistad que supera al tiempo, a la lejanía, a la frialdad está viva, tiene alma. La amistad que espera es permanente, es fiel. No dejéis entrar a la indiferencia sino buscad al perdón y a la comprensión. Sed amigos.