sábado, 7 de enero de 2012

Carta desde una profundidad que brilla

Yo escribiría sobre el sol, las plantas y todo aquello que nos rodea, pero como tratar temas tan poco trascendentes para lo que realmente importa. Quien puede negarme el hecho de que por muchas desgracias exteriores que ocurran el llanto de un niño es mayor cuando se ve abandonado que cuando sufre un dolor físico.
¿Qué separa esos dos mundos tan distintos y tan relacionados?
Soy reportero de guerra. Estoy en Vietnam y si estoy escribiendo este artículo es porque ayer ninguna de las bombas que lanzaron desde los aires me alcanzó.
Vi como se destruía todo lo que nos es conocido. Duele ver destruido un pueblo, un hogar, duele ver las pequeñas muñecas de trapo entre la sangre y las balas lanzadas. Sentir que nada depende de ti. Sentir que no hay nada bajo tus pies pues el temblor de la tierra es continuo. Que todo sonido sea un aullido de dolor humano. Duele sentir que no se siente nada. Uno es capaz de observar la indiferencia de los que miran sin ver porque el horror les ha dejado ciegos, insensibles...Duele ver como una familia se separa, como una madre llora sobre el cadáver de su hijo que murió sólo por salir al patio a por un par de piedras con las que entretenerse durante estos amargos días.
El miedo que expresan las caras de todas esas personas es una de las cosas más grandes que he visto nunca. Yo no les conozco. No sé nada de ellos, no conozco sus nombres ni se como se llaman sus padres, sus hermanos, sus hijos...
Lo único que sé, lo único que puedo decir es que estas personas aman, y el amor que tienen es mayor que el miedo que sus cuerpos les transmiten. Uno puede tener miedo al dolor que seguirá al golpe, al ruido ensordecedor que trae consigo el tanque. Uno puede temer el momento, pero lo que más duele, lo que realmente destroza al ser humano es el amor.
El amor es nuestro mayor don y la mayor tragedia.
Porque ayer cuando estaba entre todos esos sonido, esas caras y esos objetos criminales solo era capaz de pensar en mi mujer y en nuestra pequeña hija Julie y ese dolor era mayor que cualquier otro. En ese momento conocí a todas esas persona, forme parte de sus vidas y ahora escribo esto desde una pequeña choza que sobrevivió al ataque. Estoy rodeado de niños heridos, madres lacrimosas que no pierden la esperanza y sonríen a todos y de amor, de mucho amor y agradecimiento por los que siguen junto a nosotros.

Richard Jaymeson. Vietnam 1971



2 comentarios:

  1. Dios mío, Bella.

    Aunque lo pienso mil veces todavía no puedo comprender como la creación más maravillosa de Dios puede ser tan odiosa y cruel con sus semejantes.

    Supongo que nuestra maldición es tener que soportar nuestras maldades interiores reflejadas en actos tan monstruosos como las guerras.

    Me encantó tu relato y tocó una parte sensible de mis ideales. Te mando un abrazo y un beso muy fuertes, ademàs de mi agradecimiento por permitirme leer cosas lejanas a la trivialidad.

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